miércoles, 2 de diciembre de 2015

Melocotón y azúcar de caña

Era morena, pero pálida de corazón , abrazada a unos huesos que no prometieron sostenerla.  Firmeza al andar pero temblor en su mirada. Los lunares de su vestido envidiaban la redondez de su rostro. Maraña de dedos y anillos de cobre en su hablar gesticulado.  La orquesta de tintineos avisaba de sus entradas triunfales, acompañadas de una sobra de autocompasión y miedo al  reflejo de ésta. Un vagabundo escribió versos alejandrinos sobre su pelo y ella los conservó en el cabecero de su cama. Los pequeños rizos de su nuca nunca le parecieron tan misteriosos,. Le gustaba llevar sombrero y que sólo sobresalieran esos dos rebeldes, osados, casi cómo una invitación al desorden . Soñaba con ser retratada fumando en un portal y rezaba por no cruzarse con ningún espejo.  Siempre se preguntó si las lágrimas de los ojos verdes sabrían a mar. Recordaba  frases de su libro favorito y tarareaba las canciones de la publicidad. Era una chica con sabor a melocotón y azúcar de caña. Visitaba las tiendas sin dinero y nunca consiguió hacer una foto decente. Llevaba calcetines largos y zapatos de escritor triste. Pero nadie le dijo nunca estas cosas, quizá ella nunca las supo. Tal vez vivió toda su vida sin que nadie le hablara de la música que hacía al andar, tan solo dejaron flores en su tumba con olor a melocotón y azúcar de caña.

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