domingo, 6 de diciembre de 2015

12

Los susurros de los ángeles blancos la despertaron de su sueño, los Nomeolvides siempre son su primera visión al despertar, un mar infinito del color azul violáceo de las flores, susurrando promesas y ocultando los pensamientos rotos. Se levanta, no anda, flota. Ha aprendido a dejar que el esponjoso suelo se ocupe de ella, dejándose llevar por las risas de las criaturas aladas. Cuando sus pies descalzos alcanzan esa tierra, la más pura y fértil, se hunden en ella, casi puede sentir como echa raíces. Las flores tiemblan , un movimientos imperceptible, el parpadeo de un ratón. La cesta de mimbre que reposa en el único espacio yermo siempre le deja una marca en el brazo, le recuerda a esas camisetas  que traen de un viaje y aún no ha habido ni un ser humano allí abajo que le gustara y la luciera por gusto, todos saben que no hay mejor pijama en el mundo.  Comienza su labor, doce Nomeolvides por ramo, es la regla más importante.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario