Los susurros de los ángeles blancos la despertaron de su
sueño, los Nomeolvides siempre son su primera visión al despertar, un mar
infinito del color azul violáceo de las flores, susurrando promesas y ocultando
los pensamientos rotos. Se levanta, no anda, flota. Ha aprendido a dejar que el
esponjoso suelo se ocupe de ella, dejándose llevar por las risas de las
criaturas aladas. Cuando sus pies descalzos alcanzan esa tierra, la más pura y fértil, se hunden en ella, casi puede sentir como echa raíces. Las flores
tiemblan , un movimientos imperceptible, el parpadeo de un ratón. La cesta de
mimbre que reposa en el único espacio yermo siempre le deja una marca en el
brazo, le recuerda a esas camisetas que
traen de un viaje y aún no ha habido ni un ser humano allí abajo que le gustara
y la luciera por gusto, todos saben que no hay mejor pijama en el mundo. Comienza su labor, doce Nomeolvides por ramo,
es la regla más importante.
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