Dos años después de la muerte de Lucy, June dejó la casa de Beatrice para ir a la universidad, esa fue la segunda y última vez que la vio llorar. Sentada en el césped del campus la vida humana le parecía pequeña y el mundo demasiado grande, su vida era menor que una brizna de aquella hierba que arrancaba inconscientemente mientras escribía, quizá esa hierba siguiera allí cuando ella se fuera. Pensaba en la gente que cae, quizá ellos eran los únicos cuerdos, que entendían que su vida era diminuta en el mundo, y no pudieron aceptarlo; o quizá no, quizá solo eran almas débiles. Una sombra la asaltó, levantó la cabeza y vio al culpable, un chico que le sonreía desde las alturas . Por alguna razón pensó que ella no era tan pequeña, o sí lo era pero no le parecía mal. Tal vez todos lo entendamos en algún momento de nuestra vida, la insignificancia de nuestra existencia, quizá el éxito no está en ignorarlo, en intentar no caer, sino en pensar cómo vas a frenar tu caída. Puede que lo malo no sea caer, sino pensar que tu vida acaba al tocar el suelo. Solo vivismo un momento , sí, pero es el nuestro.
El chico le preguntó su nombre. June pensó en Lucy, que estaba repartida por el mundo y sentía hacia los demás el amor más grande y puro que es capaz de imaginar; en Beatrice y las arrugas que tenía en las comisuras de los labios de sonreír, incluso cuando no había motivo para ello; en Dan, que se atrevió a abrazar el amor, sabiendo que podía ser no correspondido; en su madre, que escribió su nombre en todas las etiquetas de su ropa y la dejó en la puerta de una clínica de adopción en vez de un orfanato. No sentía repulsión ni miedo había la gente que caía, no les reprochaba nada. Le dijo que se llamaba May, él le preguntó que cómo estaba, el mundo se paró un segundo, el tiempo exacto que tardo en darse cuenta de que nadie nunca le había preguntado eso, le sonrío, sabia exactamente qué decir y no estaba asustada de su respuesta:
-Cayendo.